lunes, 16 de junio de 2008

El "Buen Estado" de Cola di Rienzi

El "Buen Estado" de Cola di Rienzi
Isidro Toro Pampols
Junio, 2008

La Historia no deja de sorprendernos al darnos muestras, contundentes, de que el ser humano no tiene límites a la hora de optar por el poder. Un ejemplo fehaciente es la aventura sorprendente que tuvo por escenario la Roma de 1347, protagonizado por un personaje de origen humilde y jurista de formación, quien por arma contaba con sus habilidades y por aliados las circunstancias de una sociedad que transitaba velozmente hacia una nueva época, la que en sus desajustes daba pie a sucesos, como los protagonizados por Cola di Rienzo, que pudieran ser registrados y estudiados por la posteridad.
Son los tiempos del pontificado de Clemente VI (1342-52), Papa que despachaba desde Avignon, Francia (1), mientras en Roma se vivía una situación rayana en la anarquía. Este joven de origen humilde, nacido en 1313, animó una interesante sublevación que llama la atención por sustentarse en una remembranza de la Roma imperial, grande y poderosa, ofertando sacar a la ciudad eterna del estado de postración en que se encontraba. Bajo aquella lamentable situación, habiendo perdido inclusive la condición de ciudad sede pontificia y dejando de lado, largamente, su condición rutilante de centro del mundo conocido; por las constantes querellas entre las familias nobiliarias, el papado y bajo la amenaza de caer en manos extranjeras, Cola di Rienzo, con un discurso mesiánico, habiendo mantenido contacto con ordenes místicas como los joaquinistas (2) y los “fraticelli” (3), partidario del igualitarismo de Joachim de Fiore, adversario de la nobleza, buen conocedor de la historia de Roma y poseedor de un verbo y encanto personal; lidera una multitud apoyada principalmente por el “popolo” y la llamada “gentilezza”, los comerciantes y la pequeña aristocracia, que lo hacen del Gobierno Municipal de la ciudad, en 1347.
El 20 de junio del citado año Cola di Rienzi fue designado en el Capitolio, recibiendo posteriormente el título de tribuno, que le fue renovado unos meses más tarde con carácter vitalicio. El cronista G. Villani registra que "por aclamación fue elegido tribuno del pueblo e investido de la señoría en el Campidoglio".
Este hombre contó con la amistad de ese gigante del humanismo, como lo fue Petrarca, quien se transformó en uno de sus entusiastas admiradores. Rienzi en su juventud era invitado por las familias distinguidas de la ciudad con el fin de que hiciera gala de sus dotes de orador y de esta manera entretuviera a los asistentes con sus elocuentes palabras. Este personaje, que en sus parlamentos combinaba materias que exigían altísima atención por lo profundo del tema con expresiones humorísticas, desmontando de manera genial cualquier prevención que pudiera generarse. Este Cola di Rienzi, una tarde de Pentecostés, se dirigió con un ejército de conjurados al Capitolio y al son de trompetas, al más puro estilo de la Roma imperial, convocó una asamblea popular, la cual, tras haber escuchado el verbo encendido del agitador, conquistó para Roma un nuevo gobierno donde fue electo “Tribuno del Pueblo”, obligando a los que detentaban el gobierno abandonar la ciudad y a él, investirlo de poderes dictatoriales. Había ganado el pueblo, todo el poder para el pueblo, solamente podrían regresar aquellos expulsados bajo juramento que nada intentarían contra el régimen instaurado por el gobierno del pueblo.
Cola di Rienzo que conoce bien la fortaleza de la institución del Papado, además que Roma jamás alcanzaría el esplendor del pasado con la ausencia del Papa, se aparece en Avignón, formando parte de una embajada que viene a ofrecer a Clemente VI los cargos del Gobierno Municipal y a solicitar el jubileo para la ciudad en el próximo 1350, es decir, a cincuenta años de distancia del anterior; dejando embelesada a la corte cardenalicia con su encendida alabanza de la Roma clásica y la imputación de responsabilidad por la actual situación a la nobleza romana, -quienes se habían declarados enemigos del Papa, lo que significó oídos dulces por parte de la primera autoridad de la Iglesia, aunque la veteranía aconsejaba mantener cuidado ante la presencia de un firme candidato a ser calificado de demagogo.
Sus relaciones con la Iglesia eran buenas. Ejercía el cargo de notario de la Cámara Apostólica, así que fue bien recibido en la corte de Avignon. Decreta a Roma como “capital universal y sede suprema de la fe cristiana” e igualmente que todos los ciudadanos italianos son ciudadanos romanos. Recordemos que para la época la península estaba dividida en varios estados. Que entre ellos existían fuertes rivalidades e inclusive la presencia extranjera en la política italiana conformaba un ajedrez difícil de jugar por la cantidad de variables que se presentaban al mismo tiempo sobre el tablero. Pero, Rienzi avanzaba en su idea de devolver el esplendor imperial a Roma y, por consiguiente, él actuaba como un emperador. Así, organizó grandes cortejos, su numerosa escolta lo acompañaba con las espadas desenvainadas y algunos asistentes lanzaban dinero a la muchedumbre. Un populista en el umbral del Reancimiento.
La juramentación como tribuno del pueblo el día 15 de agosto en la iglesia de Santa María la Mayor de Roma, lució como una coronación imperial. Se le colocó una corona de oro, un cetro en la diestra y una esfera terrestre de plata en la izquierda. El historiador Dupré-Theseider calificó al citado acto de "caricatura fantástica de la coronación imperial".
Tras la coronación comenzaron los desmanes. En un banquete con los principales representantes de la nobleza romana que quedaban, uno de ellos llegó a desaprobar algún planteamiento de Rienzi; por tal osadía, fueron todos a parar a los calabozos, acusados de alta traición. Luego, los hizo “absolver” en una asamblea del pueblo. En más de una oportunidad los hacía presos y les daba la libertad a cambio del pago de multas o rescates.
Su resentimiento contra la nobleza romana no le permitía dar una tregua a sus acciones. De idéntica manera, las dos grandes familias que se disputaban el poder, los Orsinis y los Colonna, tampoco le dieron tregua. Afirma el cronista Villani que “algunos de los Orsini y los Colonna, así como otros de Roma, huyeron fuera de la ciudad a sus tierras y a sus castillos para escapar al furor del tribuno y del pueblo".
Rienzi complementa su devoción por el poder con medidas enérgicas contra viejos vicios y corruptelas que se acunaban en la sociedad romana. Como explican los historiadores M. Mollat y Ph. Wolff, "una mezcla de sinceridad e intriga, de violencia y seducción, de idealismo y pragmatismo, de rusticidad y cultura".
El Papado consintió las acciones emprendidas contra la nobleza romana, total “el enemigo de mi enemigo…”, pero su idea de crear un Estado italiano conlleva, entre otras acciones, apoyar la expulsión de la reina Juana de Nápoles, a cuyo efecto mantenía contactos con Luís de Hungría. Cosa que preocupo a la Iglesia. El Reino de Sicilia confrontaba una compleja situación bajo la reina Juana I, especialmente por el empeño de la Monarquía húngara, a través de Andrés, rey consorte, de ejercer una acción efectiva en el Reino. Esto acarreaba problemas a la diplomacia pontificia que se manejaba con gran habilidad entre las fuerzas imperantes en Italia y las potencias extranjeras que acechaban en el horizonte. El asesinato de Andrés, en septiembre de 1345, complicó la política napolitana. Finalmente, los húngaros intervinieron militarmente, expulsando a Juana de Nápoles quien se traslado a Avignon. A la desplazada reina se le achacaba la muerte de su esposo, lo que trajo un juicio que la declaró libre. Esto permitía a la Santa Sede actuar con el objeto de reducir la influencia húngara en el sur de Italia. Todo el panorama se complica con la presencia de la Casa de Aragón en Sicilia desde 1282, a raíz de la víspera siciliana – el acontecimiento histórico de la matanza de franceses en Sicilia que dio por finalizado la dominación de Carlos de Anjou en la isla, siendo sustituido por la Corona de Aragón—. Todo este enredo, culminó, momentáneamente, con el retorno de la reina Juana a Nápoles.
Esta actuación puso en alerta máxima al Papado, para quien el dictador visionario comenzaba a ser más problemático que beneficioso.
El Papa utilizó su mejor arma contra Rienzi: la excomunión. La excomunión autorizaba a cualquier habitante a atentar contra el dignatario. Este hecho, aunado a los constantes desmanes que tenían harta a la población de Roma, lo llevaron a perder el poder en diciembre de 1347.
Esta situación no amilanó a nuestro personaje, quien se refugió en la zona de Abruzzos. Entre los grupos de “fratricelli”, estudio las profecías de Joaquín de Fiore, compenetrándose con sus ideas e internalizando que su destino estaba signado por una misión divina la cual no era otra que resucitar el Imperio y renovar la Iglesia.
En la búsqueda de su destino, marcha a Praga en junio de 1350, con el fin de entrevistarse con Carlos IV. Este ordena detenerlo y lo envía a Avignon, donde se le apertura un proceso. Mientras se desarrolla el juicio, fallece Clemente VI y se produce una nueva rebelión en Roma contra las familias nobles, por lo que el sucesor de Clemente VI, Inocencio VI, consideró conveniente utilizar a Cola di Rienzi en la escena política romana.
En agosto de 1354 regresa a Roma acompañado del cardenal español Gil Álvarez de Albornoz y un ejército mercenario. Es recibido como libertador y es nombrado senador. Pero su momento de gloria duró poco. Volvió a su conducta despótica y desacertada. La influyente familia Colonna instigó un triunfante levantamiento popular que produjo la detención de Rienzi, su ejecución por decapitación y sus restos fueron lanzados, como otros tantos cadáveres, al Tiber. Su regreso, gloria y muerte, todo ocurrió en el año 1354.
(1)  El tema de los papas en Avignon tiene connotaciones variadas y profundas. Pero los hechos simples nos presentan la confrontación entre el rey Felipe de Francia y el papa Bonifacio VIII (1294-1303) en 1303, siendo encarcelado por el primero, falleciendo en prisión. Luego es designado Benedicto XI (1303-1304), para finalmente ser escogido Bertrand de Grot, arzobispo de Burdeos, como Clemente V (1305-14). Con este Papa francés, se traslada la sede pontificia a Avignon y se inicia lo que algunos llaman su “cautividad babilónica”. La Provenza ofertaba un espacio geográfico bucólico frente a las ciénagas infestadas de malaria, cólera y tifus de Roma. El Ródano era un río amable, suave y perfumado, mientras el Tíbet una cloaca abierta donde se depositaba la basura y era frecuente ver flotar cadáveres de animales, además de personas asesinadas. Pero Avignon no fue el centro de virtud que prometía la benévola naturaleza. Bien lo define este escrito atribuido a Petrarca, quien supuestamente utilizó el anonimato para no terminar con sus carnes en el asador de la Inquisición: la hoguera. Nos dice el escrito que el papado de Avignon es “la vergüenza de la humanidad, un vertedero del vicio, cloaca que recogía todas las inmundicias del universo. Su Dios era vilipendiado, sólo se reverencia al dinero y las leyes divinas y humanas son pisoteadas. Por todos lados se respira la mentira: en el aire, en la tierra, en las casas y, sobre todo, en los dormitorios.”
El 3 de diciembre de 1352, un relámpago se escuchó con gran estruendo en la eterna Roma y un rayo impactó directamente en una de las campanas de San Pedro. El golpe fue certero y las campanas se fundieron. Miles de personas salieron jubilosas a las calles al grito de “Ha muerto. Sí, el papa ha fallecido y está sepultado en el fondo del infierno”.
Al pasar tres días con un redoble de campana se anunciaban en Avignon la muerte del papa Clemente VI ((1342-52). Todo apuntaba que Roma recuperaría al papado.
(2)  Se llamaban Joaquinistas a los seguidores de Joaquín de Fiores, un abad cisterciense quien fallece el año 1202. Místico, señaló que el año 1260 sería el inicio de una era espiritual en la que habría dominado el Evangelio eterno con la desaparición, en la Iglesia, de toda contaminación temporal. Las ideas joaquinitas fueron condenadas en el Concilio Lateranense IV, en 1215.
(3) Se conocían como fraticellis a los discípulos de la orden de los Frailes Menores, fundada por San Francisco. Practicaban la pobreza evangélica, la completa negación de sí mismos, y la humildad, con el fin de guiar mediante sus actos al mundo de regreso a Cristo. Los italianos designaban como Fraticelli a todos los miembros religiosos, particularmente de las órdenes mendicantes, y especialmente los solitarios, ya sea que observaran una regla definida o regularan sus propias vidas. Igualmente, se conocían como fraticellis a sectas heréticas separadas de la Orden de los Franciscanos por disputas concernientes a la pobreza.


Bibliografía
Chadwick, Henry; Evans, G. R. El Cristianismo. Ediciones del Prado. Madrid. España. 1992
Grimberg, Carl. Historia Universal. Tomo XV. Ediciones Diamon. Caracas. Venezuela. 1967.
Páginas Web:
Wikipedia.
ARTEHISTORIA
Enciclopedia Católica

lunes, 9 de junio de 2008

De no haber sido Focio…

De no haber sido Focio…
Isidro Toro P.

Focio


Desde el mismo instante en que Constantino trasladó la capital del Imperio Romano a Bizancio, comenzaron los problemas ya que el Patriarca de dicha ciudad consideraba, que con el cambio, le llegaban nuevos derechos que le permitían ejercer prerrogativas que hasta ese momento no ejercía. Como caídas del cielo. Esto, por supuesto, habría de enredarse con sesudas discusiones teológicas, y de esta manera se entendiera que las disputas no eran por el humano ejercicio del poder, sino por el encuentro con la verdad verdadera de la religión.

Así el Patriarca de la Nueva Roma, o sea, Constantinopla, se consideraba sino papa, al menos el segundo a bordo y sin discusión alguna. El pleito se asomó en el IV Concilio ecuménico de Calcedonia (1), que se celebró el año de 451, tan lejos del Cisma de Occidente – Oriente. Pero no, la semilla se sembró allí y el árbol de la discordia tardaría años en dar frutos, pero el tiempo que todo lo da, al final permitió que los hombres que dirigen la Iglesia se liaran a trompadas legales canónicas y dividieran, por los siglos de los siglos, la institución que se erige en nombre de Cristo.

Así en Calcedonia se aprobó una resolución que se reconoció como el canon 28, en la cual colocaba a Constantinopla casi al mismo nivel que Roma, veamos: “con toda justicia los Padres concedieron privilegios a la cátedra de la Antigua Roma porque era la ciudad imperial, y 150 de los obispos más religiosos (en el segundo concilio ecuménico, 381 d. C.), sobre las mismas consideraciones, concedieron iguales privilegios a la santísima cátedra de la Nueva Roma, estimando en justicia que la ciudad, que se honra con la presencia del emperador y del Senado, y disfruta de iguales privilegios que la antigua Roma imperial, también en las materias eclesiásticas debe ser magnificada como corresponde, y situada inmediatamente después de aquélla.” Si bien es cierto que dicha declaración reconoce los privilegios a la antigua Roma, es clara como el cantar de un gallo mañanero. Y fue así al punto que el papa León el Grande, fue todo un león para rechazar semejante canon, pero como en definitiva decía mucho y no precisaba nada, en Oriente se mantuvo. Allí estaba la semilla, había que darle tiempo para recoger sus frutos.

Luego se sucede el cisma acaciano, el cual no es otro que los de Bizancio dejan de lado el canon 28 ya que caído el Imperio Romano de Occidente (476), Constantinopla se consideró como la auténtica heredera de las glorias del pasado, y el emperador se creyó autorizado para hablar, también, en materia de fe, exigiendo que con él coincidiera al unísono el patriarca. Una señal clara de esta pretensión se capta en el 482, cuando el emperador Zenón, de acuerdo con el patriarca Acacio, promulgó el Edicto de Unión, una fórmula que dejaba de lado Calcedonia y que, por eso, no fue aceptada por Roma.

Lo que no contaban los de Bizancio es que la Iglesia había ya penetrado en el mundo conocido como bárbaro. En efecto. En Occidente, al final del siglo V la situación de los estados romano-germánicos, que a la postre eran arrianos (2), otra antigua disidencia de la Iglesia, se había estabilizado de la siguiente manera: en África los vándalos, en Hispania los suevos y visigodos, en la Galia los francos —el rey Clodoveo se convertía en el 496 al catolicismo—, en Britania los anglos y los sajones, en Italia los hérulos de Odoacro, sustituidos en el 488 por los ostrogodos de Teodorico, famoso por haber embellecido la capital Rávena y por haber acogido en la corte a intelectuales de la aristocracia romana, como Severino Boecio y Casiodoro.

Antes de resolver el conflicto, el papa Félix II (483-492) declaró depuesto al patriarca, explotando el llamado cisma acaciano (484-519), que no duro poco y al que varios papas tuvieron que hacer frente. Uno de los más activos fue Gelasio I, quien dirigió la Iglesia entre el 492 y el 496. Estudioso, enfrentó no sólo el cisma acaciano, sino a los monofisistas, una secta herética que sostenía que Cristo poseía una sola esencia, la divina, y no dos, divina y humana, como sostiene la Iglesia. El monofisismo era fuerte tanto en cuanto era apoyado por el emperador Anastasio I de Bizancio. Se considera que fue Gelasio el autor de la declaración del papa Félix II en que se excomulga y se destituye como patriarca a Acacio, por ser el autor del Henotikon, el edicto doctrinal que soslayaba las definiciones teológicas del Concilio ecuménico de Calcedonia, del cual hablamos al principio. Acacio había actuado bajo la protección del emperador bizantino Zenón, lo que comportaba un enfrentamiento con el poder real, estando situado en un terreno en que los vecinos eran naciones recién convertidas al cristianismo, lo que en nada era una garantía de apoyo.

Este cisma adquirió relieves peligrosos para la corriente romana, cuando tras fallecer el papa Anastasio, el partido pro bizancio en la curia intentó imponer a Lorenzo como papa, con todo el apoyo del Imperio. La historia señala la intervención de Teodorico, rey ostrogodo, quien temeroso de la influencia imperial, apostó por los partidarios de la Iglesia romana.

Con el formulario de Hormisda se da final al cisma acaciano entre Roma y Oriente (484-519). San Hormisda, quien fue papa entre 514 y 523, consiguió en 519 que el patriarca de Bizancio y otros 250 obispos, aceptaran las doctrinas de León I (440-461) y del Concilio ecuménico de Calcedonia. León I fue quien estableció la primacía del obispo de Roma sobre todos los demás y en el Concilio se reconoció la doble naturaleza, divina y humana, de Cristo en una sola persona. Además se acordó que “la fe católica la ha mantenido íntegra la sede apostólica”.

Pero este reconocimiento del papel del papa en la salvaguarda de la doctrina nunca adquirió el estatuto de canon o de concilio ecuménico. Sólo una generación después, Justiniano proclamaba la “unicidad” de Iglesia e Imperio, y esperaba la sumisión del papado incluso en materias doctrinales.

Miguel III. Emperador de Constantinopla


El cisma de Focio es la última diferencia importante entre Roma y Bizancio antes de la separación definitiva entre las Iglesias de Occidente y Oriente. Acontece que Ignacio, quien era Patriarca de Bizancio elegido por los monjes en el año 847, se caracterizaba por su apego a los preceptos y su conducta piadosa. Sucede que en la fiesta de Epifanía del año 857, negó públicamente la Sagrada Comunión a un tío del emperador Miguel III que vivía infiel con su propia nuera. La consecuencia fue la destitución del patriarca acaecida el 23 de noviembre del 858. Podemos imaginarnos lo difícil de la situación ya que transcurrió un año entre uno y otro hecho. El Emperador designo a un miembro de su Corte imperial como nuevo Patriarca. Un hombre culto, llamado Focio, quien en cinco días cumplió los tramites para alcanzar el patriarcado, siendo consagrado por el obispo Gregorio Asbesta que para el momento se encontraba suspendido y excomulgado tanto por el patriarca Ignacio como por el papa Benedicto III (855-858); de allí que la legitimidad del patriarca Focio era cuestionable.

Focio aspiraba la ratificación papal, por lo que solicitó del papa Nicolás I (858-867) la confirmación. El papa, consciente de la desautorización que había sufrido la Iglesia y en su afán de sostener su autoridad tanto en Occidente como en Oriente, envió unos legados con instrucciones precisas de restituir a Ignacio. Reunidos en Sínodo en la ciudad de Constantinopla el año 861, sorpresa, es ratificado Focio incluso con el apoyo de los enviados papales. Se desató la furia de Nicolás I quien desautorizó a sus enviados y se pronunció formalmente por la destitución de Focio, apoyando la causa de Ignacio. Por todo lo señalado, el papa condenó a Focio en 863.

Aunque al principio era sólo un asunto de disciplina eclesiástica, el caso se transformó en una controversia sobre la naturaleza y extensión de la autoridad papal, y el patriarca Focio, quien era un hombre con la cabeza bien amueblada, acusó a la Iglesia Occidental de errores en la liturgia y condenó el uso que se hacía en Occidente de la cláusula filioque en el Credo, por considerarla un añadido gratuito y herético. Focio se defendió atacando y envió cartas a los principales patriarcas orientales sobre la cuestión del filioque. Además denunció que Roma trataba como inferior al patriarca de Constantinopla. En medio de todo este lío, asciende al trono imperial de Bizancio Basilio I, un sórdido personaje que utilizó toda clase de argumentos para escalar al trono. De origen macedonio, pasó su niñez en Bulgaria, en donde se encontraba su familia cautiva del príncipe búlgaro Krum. Tras escapar entra al servicio de un pariente del “cesar” Bardas, quien era tío de Miguel III. Desde esa posición, conoce una rica dama a la que hace su esposa y adquiere posición social y fortuna. Se hace amigo del Emperador, divorciándose de su protectora y caso con una amante de Miguel III de nombre Eudoxia Ingerina. En esta meteórica carrera ascendente, mata a Bardas y se hace nombrar “cesar” y ya desde este puesto, asesina al emperador Miguel III y se hace coronar Emperador dando inicio a la Dinastía Macedónica en el Imperio Bizantino. En descargo de Basilio I, se esmeró en recuperar la recopilación legislativa de Justiniano I. Las leyes fueron compiladas en las Basílicas, que comprendían sesenta libros, y además se prepararon ciertos manuales jurídicos menores llamados Prochiron y Eisagoge. León VI, su hijo de quien siempre se tejieron duda sobre la verdadera paternidad si correspondía a Basilio I o a Miguel III, completaría esta colección legislativa. Por otra parte, la administración fiscal de Basilio resultó ser bastante prudente. Y en materia religiosa inició un acercamiento a Roma y como demostración radical de su decisión, restituyo a Ignacio en el patriarcado e envió al exilio a Focio. Pero más adelante veremos que en el mundo y especialmente en esa época, las situaciones eran cambiantes y tanto en un momento los personajes se encontraban ejerciendo gran poder y luego se iban a pique, para luego volver a encumbrarse.

El tema del filioque

El primer Concilio ecuménico se celebró en Nicea, hoy Iznik en Turquía, en el año 325. Allí se aprobó una declaración dogmática de los contenidos de la fe cristiana. Para el momento no se había formalizado una manifestación de ese tipo, por lo que las distintas comunidades religiosas mantenían prácticas propias que se diferenciaban unas de otras. Igualmente había avanzado mucho el arrianismo, que consistía en un conjunto de doctrinas desarrolladas por Arrio, obispo de Alejandría, quien consideraba que Jesús de Nazaret era una creación de Dios y por ende, no era parte de Dios ni mucho menos Dios. Fueron varias las disputas cristológicas que ocuparon buena parte de la energía de los cristianos de los primeros siglos y la intención del Concilio ecuménico de Nicea, evento convocado por el emperador Constantino I el Grande, por consejo del obispo san Osio de Córdoba, era poner fin a esta situación sancionando un credo de aceptación universal.
En el Credo niceno no se hacía referencia alguna al origen del Espíritu Santo por lo que, como símbolo de la fe, es aceptado por la Iglesia Católica, las ortodoxas y la mayoría de las iglesias protestantes, representando la última versión del contenido teológico del cristianismo en la que ortodoxos y católicos se mostraron de acuerdo, un consenso que se rompería posteriormente en los distintas reuniones teológicas.

En el concilio de Constantinopla, en el año 381, se declaraba que el Espíritu Santo procedía “del Padre”. En el IV Concilio de Toledo de 587, eclesiásticos españoles, conocedores de san Agustín, añadieron “y del Hijo”, en latín, filioque. Esta anexión fue aceptada por el clero de Germania y parte del reino franco. Se utiliza en Roma aunque el papado no avala explícitamente el término filioque. El tema se coloca de bulto cuando Focio denuncia que el añadido era teológicamente insostenible.

Este tema y la solicitud de que “la Iglesia de Constantinopla sea llamada y considerada universal en su propia esfera como la de Roma lo es en el mundo”, formula ambivalente que inicialmente fue aceptada por Juan XIX (1024 – 1032), pero luego de percatarse de la reacción del clero y particularmente del reformista Guillermo de Benigne, quien denunció la disposición del papa Juan XIX de compartir su autoridad universal e indivisible, el papa Juan revocó su aceptación. Finalmente se puede concluir que el asunto de la división entre Occidente y Oriente era más por temas de poder temporal que por razones teológicas. Recordemos que se luchaba por el dominio sobre las nuevas regiones que se incorporaban al cristianismo, como Bulgaria y Hungría y de su lado, también estaba la defensa frente al avance del Islam que había conquistado la isla de Sicilia, e incluso las invasiones de los vikingos que se habían hecho presentes en las costas del mediterráneo.

Segundo patriarcado de Focio

Habíamos señalado que en esta época era común que cualquier personaje transitara durante su vida momentos de poder y tiempos de adversidades, para luego retomar posiciones privilegiadas. Este es el caso de Focio, quien demostró una capacidad para el manejo de situaciones difíciles que lo llevó nuevamente al primer sitial eclesiástico en Bizancio.

Primero, logró trabar amistad con Ignacio. Tras la muerte de éste en 878, logra convencer a Basilio I que lo elija nuevamente patriarca de Constantinopla. El nuevo papa Juan VIII (872-882) reconoció a Focio tras éste reconocer el dogma católico y la jurisdicción nominal del Papa sobre Bulgaria.

Es importante dejar claro el reconocimiento general de que con Focio el cristianismo se expandió en Europa oriental, especialmente en Bulgaria. Dos de sus discípulos, san Cirilo y san Metodio, tradujeron las Escrituras y la liturgia a la lengua eslava durante la evangelización (863) de Moravia y otros pueblos eslavos. Enriqueció el Derecho canónico con la publicación de una colección sistemática de cánones y leyes imperiales.

Su obra literaria es de largo aliento. Cuatro de los 161 volúmenes de la Patrología griega de Jacque Paul Migne (1800-1875), sacerdote francés que publicó una extensa colección de escritos de los Padres de la Iglesia, corresponden a la obra de Focio. Gracias a su Miriobiblon, se conoce la obra de escritores antiguos como la del historiador y médico griego del siglo V a. C. Ctesias de Cnido; del igualmente historiador Memnón de Herada, quien escribió la historia de una antigua ciudad griega del Asia Menor, en el mar muerto, llamada Heraclea Póntica; de Cono, quien fue papa entre los años de 686 y 687; del gramático griego de Alejandría Ptolomeo Queno; del ya mencionado presbítero de Alejandría Arrio (256-336) y del historiador griego del siglo I a. C. Diodoro de Sicilia. Autor del Léxicon, una obra lexicográfica y otras de contenido teológico como An filoquia; Comentarios bíblicos; Tratado contra los maniqueos; Tratado sobre el Espíritu Santo; Tratados polémicos sobre las pretensiones romanas; canónicas como Nomocanon; Decisiones canónicas; además de otros escritos.

De no haber sido designado Focio en el patriarcado de Constantinopla, la historia hubiese sido diferente.


(1) El IV Concilio ecuménico de Calcedonia (451) fue convocado por el emperador romano de Oriente Marciano y tenía por finalidad refutar las doctrinas aprobadas en el Conciliábulo de Efeso (449). En Calcedonia se condena el eutiquianismo, doctrina del monje bizantino Eutique que sostenía que Jesucristo posee una sola naturaleza, la divina, y carece de naturaleza humana. Era una forma radical de monofisismo. Igualmente condenó el docetismo, una vieja herejía cristiana que afirmaba, entre otras cosas, que Jesucristo tenía solo apariencia física.
En Calcedonia fueron promulgados 27 cánones, referentes a la disciplina y conducta debidas de los miembros de la Iglesia, así como a la jerarquía de ésta. Todos ellos fueron aceptados por la Iglesia occidental. Un vigésimo octavo canon, no reconocido por León I, hubiera otorgado al patriarca de Constantinopla una posición preeminente entre los patriarcas orientales, en una situación jerárquica similar a la del papa romano en Occidente.
En Calcedonia se puso de manifiesto las diferencias que en el siglo XI dividirían definitivamente la Iglesia de Occidente y la de Oriente. Uno fue la fe conciliar en materia de cristología que no fue aceptada por la Iglesia Armenia, la Iglesia copta y la Iglesia jacobita. Lo segundo, el tema de la posición de privilegio a la que aspiraba el patriarcado de Constantinopla, que nunca fue aceptado por Roma y, en definitiva, fue la causa del cisma entre ambas iglesias.


(2) Arrianismo, herejía cristiana del siglo IV d.C. que negaba la total divinidad de Jesucristo en su pleno sentido. Recibió el nombre de arrianismo por su autor, Arrio. Nativo de Libia. Después de ser ordenado sacerdote en Alejandría, se vio inmerso (319) en una controversia con su obispo relativa a la divinidad de Cristo. Fue finalmente deportado (325) a Iliria debido a sus creencias, pero el debate sobre su doctrina pronto involucró a toda la Iglesia y la conmocionó durante más de medio siglo. Aunque su doctrina fue proscrita finalmente en el año 379, en todo el Imperio romano por el emperador Teodosio I, pervivió durante dos siglos más entre las naciones bárbaras que habían sido convertidas al cristianismo por los obispos arrianos.
El conflicto que entrañaban las enseñanzas y predicaciones de Arrio radicaba en el modo en que configuraba las relaciones entre Dios y su Hijo, el Verbo hecho Hombre. Según los arrianistas, el Hijo de Dios, segunda persona de la Trinidad, no gozaba de la misma esencia del Padre, sino que se trataba de una divinidad subordinada o de segundo orden, puesto que había sido engendrado como mortal, afirmación que se fundamentaba en antiguos escritos del cristianismo y en especial en algunos comentarios de Orígenes. Para Arrio y sus seguidores, la esencia de Dios, fuente rectora del cosmos, creadora y no originada, existe por la eternidad; convertía al Verbo en una criatura que gozaba de la condición divina, en efecto, pero en cualquier caso en la medida en que el Verbo participaba de la gracia, y siempre subordinado al Padre y a su voluntad.
Las enseñanzas de Arrio fueron condenadas en el año 325 en el primer Concilio ecuménico de Nicea. El arrianismo tuvo una fuerte implantación entre los visigodos en España. El rey Leovigildo mandó ejecutar a su hijo Hermenegildo por haber abjurado de su fe arriana.
Bibliografía Chadwick, Henry; Evans, G. R. El Cristianismo. Ediciones del Prado. Madrid. 1992 Páginas web: Wikipedia. ARTEHISTORIA Enciclopedia Católica

jueves, 5 de junio de 2008

LOS SIMBOLOS EN EL MUNDO EGIPCIO

LOS SIMBOLOS EN EL MUNDO EGIPCIO
Isidro Toro Pampols


Antes de entrar en el tema que nos ocupa, vamos a recordar la definición de la palabra símbolo de acuerdo al diccionario de la RAE:

Símbolo. (Del lat. simbŏlum, y este del gr. σμβολον). m. Representación sensorialmente perceptible de una realidad, en virtud de rasgos que se asocian con esta por una convención socialmente aceptada.

2. Figura retórica o forma artística, especialmente frecuentes a partir de la escuela simbolista, a fines del siglo XIX, y más usadas aún en las escuelas poéticas o artísticas posteriores, sobre todo en el superrealismo, y que consiste en utilizar la asociación o asociaciones subliminales de las palabras o signos para producir emociones conscientes.
3. Ling. Tipo de abreviación de carácter científico o técnico, constituida por signos no alfabetizables o por letras, y que difiere de la abreviatura en carecer de punto; p. ej., N, He, km y $ por Norte, helio, kilómetro y dólar, respectivamente.

4. Numism. Emblema o figura accesoria que se añade al tipo en las monedas y medallas.

5. ant. santo ( nombre que servía para reconocer fuerzas como amigas o enemigas). ~ algébrico. m. Letra o figura que representa un número variable o bien cualquiera de los entes para los cuales se ha definido la igualdad y la suma. ~ de la fe, o ~ de los Apóstoles. m. credo ( oración).

En las distintas variantes de la definición de símbolo encontramos dos constantes: es una representación sensorialmente perceptible de una realidad y, segundo, es socialmente aceptada.

Entonces encontramos la razón que sustenta la afirmación: “el mundo espiritual de los egipcios no es asequible sin más a los occidentales de nuestro tiempo”. Y es que los antiguos egipcios vivían en un mundo de imágenes. De ahí que las formas primarias del pensamiento egipcio sean el símbolo y la imagen los cuales, en incontables ocasiones, se entremezclan de manera inseparable. Esa manera de percibir al mundo no es socialmente aceptada por el hombre de hoy. Y es que los habitantes del valle del Nilo no participaban nuestra lógica racional. La magia simbólica y los relatos de naturaleza mítica presidían hasta los actos de Estado. Eso que parece tan contradictorio al hombre occidental contemporáneo, era usual, común, en el Egipto milenario.

El mundo relacional de las imágenes.

Las imágenes dominaban el principio formal. Para nosotros no tiene lógica que el cielo se represente como una vaca, o que el escarabajo sea venerado como el símbolo del dios Sol. El egipcio entendía que el cementerio debía estar en el occidente del país ya que el sol se pone en el oeste para recomenzar su trayecto en la mañana, así los muertos pueden lograr su desplazamiento hacia la nueva vida. Existe una correspondencia real que se da entre las cosas, en la relación entre el microcosmo y macrocosmo intuida por la mente y visualizada por los ojos. Si para el hombre actual el mundo es enigmático, no era menos para el habitante antiguo.

En la actualidad nos colocamos frente al universo e intentamos comprenderlo midiendo y calculando. Sobre la data obtenida analiza e infiere. En el mundo antiguo: egipcios, babilonios, griegos, entre otros, no intentaron contar las estrellas, sino realizaban una disposición gráfica que muestra o representa cosas relacionadas entre sí, facilitando su visión conjunta. Las identifica con imágenes y ese cielo estrellado se transforma en un libro ilustrado que le permite a la humanidad dar pasos de avances de inmenso valor. Ese encuentro en el espacio celeste de lo divino con el sentido de la existencia, se intenta conservar fijándolo en imágenes.

Para el hombre contemporáneo hay diferencias entre la realidad y el símbolo. Este es irreal y abstracto. Va más allá de la forma concreta. Pero para el mundo arcaico no. En el pensamiento mágico la imagen y su original son la misma cosa. La imagen es real. El nombre de una persona es algo más que una forma de identificarla. Es un componente de su existencia y a través del nombre se puede hacer daño al portador. El color rojo simboliza la vida, pero no queda allí. No. El color rojo la mantiene y posibilita la resurrección. El mundo mágico religioso del Antiguo Egipto es inclusivo. La magia es una forma de relacionarse con el mundo, la religión con dios. De ahí que ambas prácticas no se excluyan mutuamente, sino todo lo contrario: se complementan.

Hike

En el marco de la comprensión mágico religiosa, existe una fuerza misteriosa conocida como “Hike”. Hike, Heka o Heket, se representa como un dios o diosa que lleva sobre la cabeza un estandarte con una rana y que sujeta en sus manos dos serpientes.

Presente desde el Reino Antiguo, más que un dios es la personificación del poder del Sol. Aunque tradicionalmente se ha traducido como magia, en opinión de muchos egiptólogos, sería más acertado decir que es el poder que permite obtener fines más allá del alcance de la acción y la expresión normales. Como dios asociado a los poderes mágicos y sortilegios, es la personificación de la magia divina que produce la vida, el poder mágico del sol y el poder de la palabra.

Forma parte de la comitiva de la barca solar, encargada de la defensa de Ra y es uno de los responsables de repeler a la dañina serpiente Apofis que lucha cada noche para atacar y eliminar al Sol. Presente también en los Textos de los Sarcófagos, aparece como dios primordial; sin embargo, poseía un clero compuesto de médicos-magos.

En los Textos de las Pirámides se encuentran el jeroglífico “serpiente” con varios cuchillos para hacerla inofensiva. Se parte de la fe en la mencionada fuerza misteriosa que produce efectos sobrenaturales, la cual forma parte de la naturaleza de los dioses y la misma puede ser utilizada por los sacerdotes expertos, quienes, en su rol de sacerdotes funerarios, tienen la misión de exorcizar los poderes de la muerte y de asegurarle al difunto una “existencia” feliz.

La simbología en la relación macrocosmo microcosmo

El razonamiento mágico se encuentra en aquellos pueblos que comprenden que todos los fenómenos están relacionados entre sí por una participación mística. Parte de ahí el desarrollo del razonamiento mítico y en ese proceso de transición el hombre ya no observa el mundo como síntesis y ahora se reconoce a sí mismo como un ser envuelto en la polaridad cósmica. El hombre realiza la experiencia del espacio y del tiempo. Para el egipcio los mitos eran “hechos de los dioses al comienzo de los tiempos, pero estos sucesos eran símbolos que expresaban la organización actual de las cosas”.

La figura que representa al dios aire Shu separando el cielo (Nut) de la tierra (Gueb), es un acto simbólico de la toma de conciencia del Arriba y del Abajo, de la Luz y de la Oscuridad, del Bien y del Mal. Allí encontramos el devenir simbólico del pensamiento mágico que se integra al pensamiento mítico.

Se consideraba que Shu posibilitaba al difunto su ascensión al cielo. Como señor del aire, es la atmósfera que separa la tierra del cielo, o sea, es el espacio vacío que existe entre el cielo (Nut) y la Tierra (Gueb), el aire y la luz que da lugar a la existencia de vida y su ocupación eterna era mantener separados el cielo (Nut) y la tierra (Gueb) para que el caos no se apoderara del universo; aunque según Plutarco, lo hizo por orden de Ra. El resultado es que gracias a la creación de ese espacio intermedio entre el cielo (Nut) y la tierra (Gueb) se podía difundir la luz solar, garantizando así a su padre (Atum-Ra) un espacio diferenciado que le a él permite volver cada día.

El encuentro con el centro de la existencia

Por medio de los ornamentos geométricos, el hombre del neolítico expresa su visión mágica del mundo. Más allá de la exigencia de los materiales y la tecnología, o de la necesidad instintiva de imitar, el ser humano de la época Predinástica concibe la ornamentación simbólica como un símbolo.

En los mapas se registraba la “geografía del más allá” y se pintaban en el fondo de los ataúdes. Era la guía necesaria para conducir al difunto en zona desconocida. El arte era utilitario en función del culto y la magia. No se puede hablar del arte arcaico egipcio con la misma óptica que tenemos hoy día del arte en Occidente. En la arquitectura monumental, representada en las pirámides o las pinturas funerarias de Tebas, no figura nada que no sean símbolos y estos comprensibles para la clase sacerdotal y para aquellos iniciados en el conocimiento esotérico egipcio. Los médicos pertenecen a una clase sacerdotal. Las normas que rigen la higiene y la prevención de enfermedades son mandamientos. Los funcionarios jurídicos son los “sacerdotes de Maat”. Todo el ordenamiento ciudadano lo da el dios creador. Todo esta impregnado por la religión y esta, a su vez, es un conocimiento exclusivo de los iniciados.

La afirmación anterior no puede hacernos pensar que el arte egipcio era inmutable. Rígido. Estático. No, en absoluto. La imagen original de la “pantera volante”, el símbolo del cielo (pantera) y del sol (el halcón de la mañana como hijo y el hombre de la tarde como padre) se fue cambiando en la del “disco solar volante” (sol con alas). De allí la importancia de comprender lo que el símbolo en sí mismo significa para el hombre de aquellos tiempos.

Cuando el egipcio observa un símbolo que para un occidental puede representar una barca, la pirámide, la flor de loto, la garza, la rana, piedra preciosa o cualquier otro, no piensa en la superficie de la cosa o en la forma del símbolo. Al encontrarse con el emblema tiene la sensación de encontrarse con el infinito. Se aleja de los motivos cotidianos y se adentra en el camino que lo convoca al centro de la existencia. El símbolo lo conduce al origen y a la muerte, la luz y la oscuridad, el bien y el mal. Es un resumen de ese “mundo distinto” que poco tiene que ver con el aquí y el ahora. Complejo cosmos al cual accede por medios de las categorías simbólicas típicas que le permiten ir y asistir de los pequeño a lo grande, de los fragmentario a la totalidad, de lo efímero a lo eterno.

Este concepto se nos hace difícil a los habitantes de este tercer milenio ya que el símbolo no pretende explicar de una manera racional las misteriosas relaciones existentes en las leyes naturales que rigen los fenómenos del mundo. De allí que el título de “Guarda del Secreto”, existente en el Imperio Antiguo, era tan importante ya que el conocimiento del orden cósmico es un secreto que hay que mantener a buen resguardo de lo profano.
Al momento de convocarse al iniciado, el símbolo tiene la función de tutelarle en la senda hacia algo superior y de revelárselo al mismo tiempo. Pero el símbolo, igualmente, tiene la misión de esconder el conocimiento al ignorante, quien nunca sabría darle buen uso.

Uno de los títulos existente es el “Guarda del Secreto de la Cámara del Vestuario”. Pocos sabían cómo y en qué ocasiones había que usar las diferentes partes del traje ceremonial. Situar cada vestido o joya en el mito. El acto de vestirse, en sí mismo, es simbólico.

Símbolos: arquetipos en el alma del ser humano

Algunos podrán creer que en el repertorio simbólico egipcio se encuentran ambivalencia. Que los hay bipolares. Que Osiris, por ejemplo, considerado dios del infierno y, al mismo tiempo, señor del cielo; es el sol poniente y naciente, perecer a manos de su hermano Set y ser inmortal. La diosa Bastis aparece como una gata amable, festejada por las mujeres con música y bailes. Sus sacerdotes son médicos. Sin embargo, la diosa bajo el nombre de Sacmis, aparece como una cruel devoradora, una feroz batalladora en forma de leona.

Carl Gustav Jung (1875-1961) psiquiatra y psicoanalista suizo, fundador de la escuela analítica de la psicología, quien realizó una variación sobre la obra de Sigmund Freud y el psicoanálisis, interpretando los problemas mentales como un modo patológico de procurar la autorrealización personal y espiritual, estableció que los símbolos no están sujetos a tiempo y lugar y que la mayoría se rigen por leyes independientes de la tradición ética y de la religión. Los psicólogos han constatado que las imágenes le vienen al hombre también desde el fondo de su alma, del subconsciente y no solamente del mundo visible. Que estas imágenes se le aparecen al individuo en los sueños o en estados semiconsciente. Esto es lo que Jung define como arquetipos.

Arquetipos que entran en la consciencia en forma de mitos y símbolos. Como los arquetipos se encuentran en el alma de los hombres, estos pueden emerger a la conciencia de cualquier pueblo y en cualquier tiempo. Los símbolos del gato y del león –Bastis y Sacmis- pertenecen al arquetipo de la “Gran Madre” que da a luz y devora, diosa de la Tierra de la que proviene y regresa todo ser viviente.

La psicología de Jung explica por esta vía la existencia en el arcano mundo egipcio de ideas e imágenes que se conocen –antes o después- en otras regiones. El dios que desciende a la tierra, del agua de vida, del arca sagrada, del camino al otro mundo, entre otros.


Simbología egipcia: custodia del verdadero conocimiento

Desde tiempo arcano el rey egipcio personificaba al dios Horo. Es el simbolismo del dios que desciende a la tierra. En tiempos primitivos, de acuerdo a la tradición mítica, Osiris, el hijo del dios tierra Gueb y de la diosa cielo Nut, le dio al país del Nilo leyes y le enseño a respetar a los dioses. A su muerte, le sucede Horo en el dominio de Egipto. De allí la simbología real que Osiris es el rey que fallece y que Horo es el rey “en el trono de los vivos”. El poder real es una encarnación del poder divino. El rey es la personificación del dios Horo.

Así el rey al morir se transforma en Osiris y todos son sucesores del dios Osiris. A partir de la Dinastía IV, al rey se le denomina, además, hijo del dios Re o, simplemente, “imagen viva en la tierra” de su padre.

De lo anterior se desprende que la simbología egipcia no es rígida en absoluto. Pero en su esencia, mantiene la concepción de su conocimiento y creencias. El templo de Amenofis III en Luxor muestra como el dios Amón asume la forma del rey actual y en la unión con la reina, garantizaba la sucesión divina del heredero. Ese modelo o, en palabras de Jung, arquetipo, se expresó ya bien entrada en nuestra era con la teoría del derecho divino de las monarquías occidentales.

En el sarcófago de Tutankhamón se observa, sobre su frente, el buitre y la serpiente que simbolizan a los dos países: el Bajo y el Alto Egipto. Señalamos estos con el fin de observar la importancia del mundo de los símbolos y para que este ejemplo nos ayude a comprender un poco más en el significado compartido por el colectivo, pero no para encontrarnos con el verdadero significado de los mismos, ya que ello, como se ha dicho en párrafos anteriores, corresponde al conocimiento de los iniciados.

El buitre de Elkab, ciudad del Alto Egipto, y la serpiente de Buto, en el Delta, son los animales heráldicos de los dos países. El buitre es el animal sagrado de la diosa Nekhbet y simboliza la corona blanca del Bajo Egipto. La serpiente se refiere a Uto y simboliza la corona roja del Alto Egipto. Allí tenemos dos animales heráldicos, dos coronas y dos diosas: tenemos entonces la expresión dualística egipcia de que el mundo percibido por los sentidos ha nacido de la división de una unidad original. Todo este interesante simbolismo se desprende de los hallazgos arqueológicos en torno a la institución real egipcia.

Siguiendo en el campo de la institución real, encontramos que en la mitología propia de otras latitudes, por ejemplo Grecia, se encuentra el paso de las regiones de los dioses a la de los mortales. Esto no ocurre en la egipcia. El rey es el único vínculo entre ambas zonas.El rito de entronización se encuentra lleno de símbolos. Primero, el candidato al trono es purificado con el agua de la vida, para “que se volviera tan joven como Ra”, quien también se purificó antes de emprender su viaje por los cielos. La víspera de la coronación se erigía lo que se conoce como la pilastra Dyed, lo que seguramente es un rito de fertilidad. La coronación es llevada a cabo por los dioses. Luego, el rey disparaba una flecha a cada uno de los puntos cardinales asumiendo así, simbólicamente, el dominio sobre el mundo.

La cruz ansada o ansata, la lleva el rey en la mano. Es símbolo de ser portador de vida. En su corona lleva la serpiente de oro (Ureo), símbolo del centelleante ojo del sol que destruye a los enemigos de la luz. El rey es el garante del orden terrestre y cósmico.

Estos poderes divinos se renuevan al término de unos treinta años de mandato por medio de la fiesta del Jubileo (heb-sed). El hecho de hacerlo a los treinta años puede estar basado en el ciclo orbital de Saturno. En el sur de la India se lleva a cabo una fiesta similar tras doce años de reinado; que corresponde al ciclo orbital de Júpiter. La fiesta del Jubileo representa la muerte y resurrección del rey, por lo que alcanzaba nueva fuerza vital. Esta celebración también se encuentra en culturas antiguas de Europa y en otras partes del mundo. El elemento común a estas fiestas es el hecho de que la posición de las constelaciones era decisiva al determinar la fecha de la muerte ritual. En Kordofán, región situada en el centro del actual Sudan, se apagaban todos los fuegos con lo que se simboliza la extinción de la ley y el orden. Por analogía, la ceremonia de “encender el fuego” recibe un especial significado en la fiesta egipcia del Hebsed o Jubileo, ya que el rey mismo encendía el nuevo fuego y garantizaba así la luz y la vida.Esto, en apretada síntesis, es lo que la arqueología y otras ciencias de la cultura recogen del mundo simbólico egipcio. Nada que ver con los textos esotéricos los cuales profundizan en su significado, pero el mismo es sólo para iniciados. Lo importante de esta lectura, es que, sin temor a equivocarnos, la ciencia exotérica cada día encuentra elementos que ratifican la importancia y la profundidad del saber esotérico.


Bibliografía

Lurker, Manfred. Diccionario de dioses y símbolos del Egipto Antiguo. Indigo. Barcelona, España. 1991

Becker, Udo. Enciclopedia de los símbolos. Robin Book. Barcelona, España. 1996.

Landmann, Michael. Antropología filosófica. UTEHA. México. 1961